VIRGEN DE AGOSTO.
Aquella blanca alborada
pintaba un campo desierto;
ni un trillador por las eras
ni un pastor por los oteros.
Ni una yunta que labrase,
ni una carreta, que el eco
de sus ruedas habladoras
estrellase en el silencio.
Ni un golpe de hacha en los pinos,
ni un golpe que hiriese el suelo,
ni una azada haciendo surcos,
ni un yunque fraguando truenos.
Ni una rueca que girase,
ni un molino dando vuelcos,
ni redes de pescadores,
ni escopetas de “caceros”.
Aquella alborada estaba
toda la vida en su centro:
aquel día, por Agosto,
era la Virgen del pueblo.
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